jueves, 18 de febrero de 2010

Los burros y la política, por Griselda Casabone

Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Estaba atento al murmullo enfermizo de la historia. Ricardo Piglia - Respiración Artificial

El martes 19 de enero, la revista Ñ publicó una entrevista al escritor Juan José Becerra titulada "Los políticos son muy burros". Allí, el platense, a propósito de la presentación de su nueva obra - Patriotas. Héroes y hechos penosos de la política argentina- expresa la profunda irritación que le genera "la liviandad del sentido común, el caudal discursivo preferido por los políticos y 'la opinión pública'" que los medios reproducen. Me cuesta moverme para contrariar esta afirmación. No es que no tenga argumentos. Pero 1) me imagino defendiendo el punto de vista opuesto ante vecinos, amigos, colegas, mi propia familia, y me viene como miedito porque sé que muchos, me temo que demasiados para mí, van a coincidir gustosos -algunos iracundos, reflotando su idea más reaccionaria de lo que entienden es "la política"- con Becerra. 2) También tengo mis dudas sobre si "los políticos" merecen este, mi esfuerzo intelectual.

Vamos, que una a veces, siente, piensa igual, con este u otro epíteto. Pero no lo dice. Una elige no decirlo. Una, a veces, debe elegir, y eso también es política. No le suma nada a la paz social afirmar desde una tribuna, digamos, referente en materia cultural (especialmente en Clarín), que nuestra clase dirigente es burra. Por razones que voy a tratar de pensar, pese, incluso, a mí misma, me temo.

1) Es conceptualmente peligroso porque a la premisa los políticos son burros le corresponde la conclusión -obvia- que son animales. Uno podrá pensar lo que quiera pero cuando la palabra es calificada y destinada a la tribuna hay que usarla con responsabilidad. Aunque quiero creer que no es el sentido que Becerra quiso darle a su expresión, tengo que señalar públicamente, es mi deber cívico, que, pese a todo lo que tengo para decir sobre nuestra dirigencia (la plena coincidencia que tengo con el fondo del planteo de Becerra), me irrita más la violencia del lenguaje (animalizar a los políticos, seres humanos, ¿habrá que aclararlo?), porque las palabras, como dice Piglia, "preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, las chispas de los incendios futuros". Feinmann, el bueno, recupera en La sangre derramada, el prólogo de Sartre a la obra de Fanon. Y allí Sartre dice -cita JPF- que la violencia tiene como requisito la negación de lo humano en el otro". ¿Seremos nosotros, bienpensantes y racionales, los que nos consideramos mejores que "los políticos", los que los miramos de afuera, con cierta carita de asco, eso sí, sin meter jamás las patas en los vericuetos de la acción colectiva, quienes descalifiquemos desde el mismo sentido común que venimos a cuestionar? Ya sabemos como opera la prensa - Becerra es periodista-: la frase más fuerte, más provocativa, titulará la nota, será el anzuelo para que "la opinión pública" viscosa, escasa de sentido común, se regodee en el lugar común de que son todos una porquería, una manga de impresentables. No sé de qué manera la reflexión de Becerra contribuye a elevar el nivel de la política ni de la ciudadanía, ni de nuestra flaca inteligencia. Becerra cae en su propia trampa, nos hace caer. El fondo, la forma

2) Pero no sólo es grave lo que dice sino el lugar que elige para animalizar al destinatario de su enojo. El entrevistado reconoce, no sin pudor, su relación marginal con la política, su falta de condiciones para la militancia, para pactar de manera colectiva un comportamiento que lo incluya.
Mucho se ha hablado - se hablará- del rol del escritor, del intelectual en la sociedad. No sé cuál deba ser ese rol: ¿limitarse a deleitarnos con su don (Ia palabra, la idea, el pensamiento libre), enseñarnos a pensar, a elegir, advertirnos de los peligros, las amenazas, poner el cuerpo cuando corra riesgo la integridad social? No sé. Lo que sí sé es que cuando un escritor, intelectual piensa y dice lo que piensa sobre los políticos - que es lo que piensa la mayoría, el sentido común- lo comprenden las generales de la ley. Y que poco y nada nos agrega a los argentinos confirmar lo burros que serían nuestros políticos, en el marco de una sociedad que reniega de la política, que reivindica como dignidad ser marginal, un solitario, alguien que adopta la misma posición de los intelectuales que viene a criticar, es decir tirar la primera piedra, desde un lugar puro, abstracto, inexistente. No quiero polemizar con Becerra, quién soy yo, digo. Coincido con mucho de lo que señala, comprendo su hastío por nuestros representantes y valoro que elija hacerlo público. Pero, y vuelvo a Piglia, es imprescindible - si uno forma opinión- pensar en tercera persona y en contra de uno mismo.

"La política es muy importante para dejarla sólo en manos de los políticos", parafraseo a Clausewitz; es cosa de todos, todo el tiempo. Sería bueno que de vez en cuando se los recordáramos a los políticos, en vez de insultarlos, cosificarlos, y ofrecerlos ataditos de manos a los oportunistas de siempre que andan blandiendo -tras bambalinas o descaradamente- los blasones de los ciudadanos ilustres, la reserva moral de la Patria, siempre agazapados, esperando el eterno retorno, con la complicidad de nuestra militancia por la antipolítica.

A mí también me decepciona nuestra dirigencia, a qué lo voy a negar. La forma en que degradan nuestras ilusiones, sus peleas miserables por la frase más ingeniosa para el diario de mañana, sus mañas, la incapacidad - en muchos casos, que hay honrosas excepciones- de ayudarnos a ver, imaginar un futuro con justicia, igualdad, solidaridad. Que nuestros políticos sean burros habla más del grado de (des)compromiso cívico de los argentinos, de nuestra calidad democrática, que de nuestros representantes. Seguro que les corresponde más responsabilidad: ellos eligieron pro-fesar en, por la política, es decir por la cosa pública, nuestros intereses. Pero me pregunto cuántos de los que ligeramente adherimos al pensamiento liviano, a la frase ingeniosa, estaríamos dispuestos a comprometernos activamente con un proyecto -cualquiera, del signo que sea, pero con cuerpo y alma- para cambiar el rumbo de nuestra dirigencia.

Hacer política es un esfuerzo casi sobrehumano, sobre todo en estos tiempos, en este país. Me consta. He colaborado con ciudadanos que eligieron esta forma de vida - no de trabajo: de vida- porque creen en la política como otros en su dios, renunciando a familia, amigos, diversión, descanso, convencidos -honestamente- de que alguien tiene que ocuparse de lo público, a cómo dé lugar.

Creo que la forma de terminar con todas estas animaladas no es burlarnos de los políticos -eso lo hace cualquiera, lo hacemos todos-, sino darle a la política más política; humanizarla, volverla lugar de intercambio de ideas y proyectos, de argumentos y no de agravios, y de recuperar la política como materia escolar (formación política), para que las generaciones que nos siguen repacten con esta institución que no tiene la culpa de nuestras debilidades, y que ha demostrado ser -hasta ahora al menos- más fiel a los sueños de los pueblos, que el mercado, los milicos o los falsos iluminados. (Agencia Paco Urondo)

1 comentario:

  1. http://www.infosur.info/n/debatir-el-kirchnerismo.html
    En primer lugar, desde ya, es una pena que hayan transformado el debate sobre la deuda externa y, en el fondo, sobre la especificidad histórica del kirchnerismo, en un debate sobre la figura del compañero Galasso. No fue esa mi intención, ni ofender a quien considero –copio la definición de los compañeros de la Paco Urondo- uno de los historiadores e intelectuales más importante, probo y esforzado del campo nacional y popular, verdadero maestro de varias generaciones de argentinos. ¿Debió considerar Mario Mazzitelli que Galasso lo agraviaba cuando en un debate sostenido hace poco lo llamó “un militante honesto”? Creo que no. Le pido disculpas si lo ha tomado así, y paso al tema en virtud del cual critiqué al compañero (“con motivo de su posición actual respecto a la deuda externa”). Es una postura personal, pero no creo que se trate de tener o no autoridad para criticar, sino del criterio y contenido de la crítica.

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