lunes, 28 de septiembre de 2009

De intelectuales y ciudadanos, por Griselda Casabone

Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Encuentro en recientes declaraciones periodísticas de gente pública una tan interesante - por lo inquietante- matriz común sobre lo que es – o debería ser- hoy un intelectual y un ciudadano, que me siento obligada a pensar, me sale en voz alta.

Clarín: intelectuales críticos y los otros

En la portada de la edición del domingo último, se lee en "La frase del día" (1): "Yo veo a los intelectuales que se ponen bajo el ala tibia del poder, pero el poder expulsa a los que tienen pensamiento crítico". La cita corresponde al escritor Federico Andahazi y es un fragmento de la entrevista que le realizan a propósito de la publicación de su nuevo libro (2).

En el recuadro que acompaña la nota, el autor de El anatomista es convidado a opinar sobre el lugar del intelectual hoy y de la intolerancia del oficialismo hacia las voces críticas (Clarín dixit), y es allí donde formula la frase que el diario elige destacar.

Andahazi –que se asume intelectual, todo indica- parte del presupuesto (¿del prejuicio?) de que los intelectuales que coinciden con el gobierno (a esta altura del partido, intuyo que la cuestión es especialmente con este gobierno en particular) en alguna de sus iniciativas, ipso facto devienen cómplices, complacientes, traidores al pensamiento crítico y que quienes no (como Andahazi, claro) porque son críticos, progresistas, no belenvolentes, han quedado en un lugar incómodo, es decir, fuera del ala tibia del poder, como “muchos autores que están en medios oficiales”.

No sé si la ley de medios es la mejor ley. Cómo saberlo. Es la ley posible, la que viene a ordenar tanto desmadre, a reparar tanta desmemoria, a regular tanta concentración, a tocar tanto y tan potentes intereses, por lo que se ve. Sé de sus autores y del proceso comunicacional que la llevó al Congreso. Sé del valor que había que tener para presentarla. Y sé también que muchos de los intelectuales que acompañan el proyecto (pienso en los prestigiosos hombres y mujeres de Carta Abierta a quienes Andahazi cita, que han hecho pública – oh, pecadores- su adhesión crítica a las medidas del Gobierno que entienden saludables para la democracia), lo hacen también desde la independencia de pensamiento, porque creen -pueden creer, tienen el derecho a creer y el deber de orientarnos- que es un buen proyecto, el que se ha podido consensuar, el que nos ha salido, el que mejor expresa los intereses de la mayoría, que eso es la democracia.

Pero sigo leyendo el mismo diario, la misma edición, y no va que la encuentro a Beatriz Sarlo, intelectual si las hay, en la página 14, calificando de atropello al proyecto de ley de medios audiovisuales, minimizando uno de los fundamentos para muchos –yo, para no ir más lejos- más significativo: que viene a derogar una ley de la dictadura, como si este no fuera el argumento que por sí sólo justificara la aprobación de una ley de medios – de medios, de libertad de expresión, a ver si nos entendemos- sin más trámite. Si el argumento lo diera De Ángelis, por decir, pero lo formula Sarlo…

Dice más cosas, mismo tenor. Se asume pluralista y advierte el destino, fatalmente al servicio del mal, de canal 7 y Radio Nacional como medios del Gobierno. Etcétera.

Yo, que no soy ni intelectual ni racional, simple ciudadana defraudada de imposturas e impostores, tengo para mí que la señora Sarlo y el señor Andahazi, y el señor Marcelo Moreno (¿será excesivo calificarlo de intelectual?) ya que estamos, quien en el mismo diario, misma edición, página 45, dice alegre, livianamente, que el proyecto le da al gobierno "licencia para matar" (cómo se puede decir tanta barbaridad en nombre de la libertad de prensa, la objetividad periodística), también están bajo el ala tibia de un poder, que es político también - o me lo van a negar- y es económico, sobre todo económico, encubierto, travestido de soberbia racionalidad.

No sé a usted, pero a mí me parece que urge el ejercicio de cierta vigilancia epistemológica para asumir, junto con los beneficios de la noble actividad de pensar sobre lo público en público, la responsabilidad que conlleva ser “faros” que iluminan es escaso, débil pensamiento del simple mortal, y anunciar desde qué lugar uno se autodefine independiente y crítico, en nombre de qué intereses, al servicio de qué poder.

La Nación: los ciudadanos y los otros

No respuesta todavía de la impresión, la cosa sigue hoy mismito, jueves 24, en el diario La Nación, Sección Política. Allí, el rabino Sergio Bergman, Presidente de la Fundación Argentina Ciudadana, bajo el título: “Hay que despertar la conciencia cívica para evitar los abusos” (3), imbuido de un neo espíritu patrio, convoca a los ciudadanos a “asumir la resistencia cívica activa”, “a abrir los ojos cívicos”, y contactar a “nuestros senadores”, con el fin de exigir el rechazo a este proyecto de ley (de medios audiovisuales, qué otra).

El texto -que dice más mucho más de lo que expresa la letra, por su encono y arbitrariedad- no tiene desperdicio. Allí Bergman, luego de lanzar aseveraciones temerarias (la presentación del Proyecto de medios violenta la democracia; hay que resistir el avance desenfrenado de la hegemonía, la Nación está quebrada por evasión cívica) deja entrever que según su particular visión ciudadano vendría a ser quien, como él, no acepta las reglas de la Democracia para la discusión de los asuntos de interés nacional. El resto, se deduce, somos habitantes espectadores, cómplices por omisión, lo menos.

Y, digo yo, al borde de un ataque de identidad cívica, ¿los argentinos que apoyamos la iniciativa, que la hemos estudiado, que participamos en audiencias, en conferencias convocadas por organizaciones sociales, universidades, que nos enredamos en foros, que la integramos a la agenda de nuestros temas cotidianos, que venimos soportando décadas la vigencia de una ley infame, soñando con la liberación de la palabra, nosotros que no somos habitantes espectadores y que no nos sale desobecer la democracia porque alguien tiene que aceptar las reglas de juego aún cuando las cartas nos vengan malas, nosotros, pregunto, qué vendríamos siendo, en qué categoría –de esta peligrosa clasificación humana que se insinúa- nos correspondería ubicarnos?

Andahazi y Bergman y Sarlo pueden creer lo que quieran, incluso que este proyecto y sus formas son inadecuadas; y militar, como lo hacen, en su contra. Lo que no pueden es ignorar que su opinión es calificada y produce saber y que el saber deviene poder. Y que hay un poder ávido de instalar la falaz peligrosa idea de intelectuales y ciudadanos legítimos e ilegítimos, esa intolerancia.

De eso, ya vimos bastante.

(1) Clarín, domingo 20 de setiembre de 2009. http://www.clarin.com/diario/2009/09/20/index_ei.html
(2) http://www.clarin.com/diario/2009/09/20/sociedad/s-02002442.htm "Uno puede ver claramente cómo funcionan los resortes de la sexualidad en la escritura".
(3) La Nación, 24 de setiembre 2009. http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1178143
(Agencia Paco Urondo)

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